Artículo: “Vacío ronco”, por nuestro colegiado Manuel Alcántara, publicado en la Esquina Revestida el día 2 de agosto de 2024

Artículo: “Vacío ronco”, por nuestro colegiado Manuel Alcántara, publicado en la Esquina Revestida el día 2 de agosto de 2024

El Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla y León les recomienda “Vacío ronco”, un artículo de Manuel Alcántara en la Esquina Revestida del día 2 de agosto de 2024

Las palabras se las lleva el viento, pero permanece el ulular del aire que queda revuelto. Había concluido su perorata sin que el silencio se apoderara de la escena. Vana esperanza en que la última palabra invitara a una vacancia de todo tipo de sonido. No importaba el tono, ni el contenido. Lo relevante era el sentido del punto final que daba paso a una probable ausencia de ruido. Recuerda entonces una novela que leyó hace años de Valeria Luiselli, Desierto sonoro, donde el compañero de la protagonista se dedica a grabar sonidos de la naturaleza para configurar un archivo de estos.

Sin embargo, la situación es distinta, su prepotencia hace que exija llegar a un límite donde todo muera al impulso de su deseo. No son solo las palabras las que se extinguen, es cualquier asomo de gestualidad. Incluso la mirada previamente vidriosa se diluye en una densa niebla. El pulso se esconde haciendo sus pausas más distantes. El sudor hace tiempo que dejó de fluir clamando por la sequedad de la vida.

“He dicho que te calles”. Fue el relámpago que puso fin a toda posibilidad de reacción. La voz patriarcal se alzó sobre un panorama ya asolado que no reclamaba sino una tregua para lamer las heridas, para recomponer el orden primigenio de las emociones tan descompuesto hasta aquel momento. De sobra estaban los motivos, las miradas hirientes, los gestos de desdeño, incluso las acciones de oprobio, el legado del pasado reciente. Lo relevante era la quietud después de la soflama cuya intensidad había destrozado meses de supuesta convivencia. Una tranquilidad que no necesariamente significaba sosiego. Era la calma previa a la tormenta, era el equilibrio siempre equívoco del cementerio.

El aplomo de su reacción fue decisivo para dejar las cosas aparentemente en paz a lo que contribuyó la desgana que sabía que imperaba en todo lo que hacía quien hasta ese instante había sido su amante. Mejor dejarlo estar, callar, como siempre, esperar a que amainase la tempestad aunque esta vez era sin duda la definitiva. En su cabeza surgen los acordes de The sound of silence. Han pasado muchos años, pero recuerda perfectamente aquel estribillo: “people talking without speaking, people hearing without listening”.

Cuando poco después entró por azar en el gran vestíbulo diáfano su desnudez no la impresionó porque unas notas insólitas de un piano se solaparon sobre cualquier otra emoción. La renqueante interpretación no era lo llamativo sino la propia existencia allí de aquel instrumento musical y su uso. Si en un primer momento la presencia del piano en el rincón le pareció algo extemporáneo, enseguida recordó que había visto algo similar en la entrada de una estación de tren, ¿o se trataba de un aeropuerto? Pero lo inaudito de aquella escena lo aportaba la severa soledad que invadía el lugar. Las notas flotaban en un ambiente huérfano no solo de audiencia sino también de transeúntes afanados en sus quehaceres cotidianos cruzando raudos y ensimismados el espacio descarnado de aquel salón enorme. El vacío estaba impregnado de una sonoridad que trastocaba cualquier supuesto previo y que aportaba más confusión a su ya de por sí deplorable inestabilidad.

¿Hay algún lugar en el que imponga su ley la ausencia absoluta de sonido? Su soliloquio continuaba porque el eco de las palabras de quien había sido su pareja se repetía una y otra vez en el seno de una memoria que había olvidado el tono y la vibración precisas de su resonancia sustituidas por el significado silencioso, por su profundidad. Muchas veces le habían dicho que en su cabeza moraba un ruido mental permanente, pero ella sabía que no era tal, que apenas era una metáfora. Podía referirse solo como una imagen pues mantenía que el ruido requería de ondas sonoras y allí no había ninguna. Puros significados, quizá palabras sueltas o a veces entrelazadas impregnando cada segundo de la existencia y dando sentido al acontecer en márgenes que iban desde lo liviano a lo más insoportable. El joven pianista contribuía a llenar de sonidos con su quehacer aquel lugar que no tenía parangón con el reino mental que atesoraba en su cabeza. La comparación era intolerable.

En la calle, el vacío que dicen traía el estío apenas si se reflejaba en la disminución del tráfico y en el abandono por parte de los transeúntes de las aceras en que daba el sol. Solo una tímida relajación en el andar de la gente y la presencia de un ambiente vacacional transmitían una laxitud que suavizaba la tensión acumulada por otro tipo de vacío existencial al que confrontaba desde tiempo atrás. Era consciente de que la ausencia de propósitos unida al desinterés por los avatares de cada día le habían sumido en una espiral de la que no sabía salir o no quería hacerlo. Llenar la existencia de algo substancial constituía un reto frente al que no parecía tener fuerzas y más después de aquella monserga en la que las penúltimas palabras que escuchó tildaron a las suyas de tener veneno, aunque a reglón seguido le dijeran que todo caería en el olvido.

Ha deshecho sus pasos y ha regresado al gran vestíbulo cuyas puertas de acceso siguen abiertas. Nada ha cambiado. El bisoño pianista intenta sacar adelante la misma melodía que se le sigue resistiendo como una hora antes. No sabe por qué ha vuelto a aquel lugar. Quizá sea porque siente que es un refugio necesario que en ese instante no comparte con nadie.

La soledad provoca un vacío en un lugar en el que en otras circunstancias debería estar lleno de pasos nerviosos y acelerados dando sentido funcional a su existencia. Pero se trata de un vacío imperfecto, como el de su propia vida, un hoyo ronco donde las también imperfectas notas del piano definen el insólito escenario que quiere aprehender para que cobre una imposible forma permanente. Asegurar así un espacio de confort que es incapaz de encontrar en otro sitio. Imaginar que puede durar eternamente. Sola.

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