Artículo: «Ni gobierno del pueblo ni participación ciudadana, “simploké” democrática», por Francisco Tomás González Cabañas, publicado en Diario 16 el día 8 de febrero de 2022

Artículo: «Ni gobierno del pueblo ni participación ciudadana, “simploké” democrática», por Francisco Tomás González Cabañas, publicado en Diario 16 el día 8 de febrero de 2022

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«Ni gobierno del pueblo ni participación ciudadana, “simploké” democrática»

Luego de cierto tiempo de continuidad de lo democrático, resulta cada vez más difícil ocultar su principal y más poderosa herramienta para seguir encantando a propios y extraños. El incumplimiento por antonomasia de la democracia, es ni más ni menos que su propia definición etimológica se constituye en un oxímoron pleno y acabado.  El pueblo o las mayorías nunca han gobernado, ni jamás pudieron hacerlo. La democracia surge victoriosa ante un aspecto dilemático, entre sí las decisiones de la politeia, el poder mismo, se deben tomar de acuerdo a la obediencia al número (mayorías) o al concepto (sabiduría). Una lectura, agonal como interesante, brindada entre algunos por el chileno Godoy Arcaya Óscar en  su obra y particularmente en su libro  “Aristóteles, la justicia política y la democracia deliberativa”. Estudios Públicos (2006). El derrotado Platón, que planteaba aquello del filósofo rey, utilizaba en su desarrollo ontológico, o para explicar su mundo de las ideas, el término “Simploké” como participación o entrelazamiento, para interactuar con los ideales de lo bueno, lo bello y lo justo. Para ponerlo en términos sintéticos o en “economía” filosófica, tal concepto fue el arma homicida con la que Platón perpetró (en el diálogo el sofista) el parricidio contra Parménides, para salir del axioma de que el ser era y que nada por fuera de ello podía ser pensado.

Aristóteles no tuvo la posibilidad de hacer lo propio con Platón, pero lo venció holgadamente en cuanto a proponer un gobierno que definiera sus prioridades de acuerdo a lo que determinasen las mayorías. De allí que naufragara la idea de la isonomía (la igualdad ante la ley) y que apenas quedara como un elemento que debiera estar incluido en la democracia o en el régimen de las mayorías por sobre lo que debiera ser o lo que plantearan quiénes estuviesen más cerca de la sabiduría o la persiguiesen (el planteo Platónico).  

Siglos después Gustavo Bueno, reversionaria el concepto de la “simploké” encontrando en él mismo una de las piedras basales de su materialismo filosófico. Se transforma en principio de actuación “La symploké, al reconocer cortaduras en el Mundo, implica propiamente el ateísmo terciario, es decir, la negación de un Dios omnisciente y omnipotente, y aquí reside su principal significación gnoseológica. No es posible un entendimiento capaz de conocer todas las cosas, porque la symploké las hace incognoscibles” ( https://www.filosofia.org/filomat/df054.htm).

En la arena política, en el campo de la disputa y las tensiones del poder bajo sus formas, manifestaciones y maneras en las que discurre, la democracia, hasta ahora, continúa deificando, la unicidad del principio de las mayorías. Tal como lo expresamos en otros pasajes de nuestras investigaciones teóricas, lo electoral se transformó en lo totémico y lo sacro con lo que a lo democrático, le alcanza, y hasta no hace mucho le sobraba como para no tener que dar más respuestas ante tantas promesas, ni explicación algunas ante tantos incumplimientos.

Al paso de generaciones en la casi totalidad de aldeas conocidas y comunicadas entre sí, ninguno de sus gobernantes, toleró el estar por fuera del significante democrático, y este mismo al transformarse en extenso y amo, dejó de ser incuestionable y absoluto, al menos desde lo pensable.

Brinda, sin embargo, supuestas respuestas, o argucias bien pertrechadas para el engaño. El último timo o embuste, es precisamente el reconocimiento de lo democrático que el pueblo no gobierna ni gobernará, pero sí puede, debe o tiene que “participar”.

Es la continuidad del sofista platónico, dado que son estos, los traficantes de ilusiones, los estafadores de la esperanza, los charlatanes de feria de la actualidad, que bajo el presupuesto conceptual de “la participación ciudadana” venden un veneno, disfrazado de remedio (pharmakon) para tratar la enfermedad incurable de que las decisiones políticas, que la administración del poder, puede estar, de alguna u otra manera en muchas manos o a tiro de consulta o de decisiones que impliquen mayorías.

Los que por acción o omisión, distribuyen como respuestas, estos cantos de sirena, son como los narcotraficantes que venden estupefacientes en las calles, o cómo mínimo los testigos mudos y cómplices que a diario lo observan todo y no intervienen por una supuesta conveniencia individual.

La “simploké” democrática es la participación, le agregamos nuestra perspectiva del “agenciamiento” no para la intervención de los arcontes (como lo proponía Aristóteles en la “Constitución de Atenas” para quiénes zanjaron que tal texto le pertenece) que se elegían por sorteo, es decir por lo que dictaminaba el azar, sino por un cuerpo de sujetos que debiera rescatar la propuesta platónica de considerar primordialmente a los que tengan una relación más cercana con la sabiduría.

La finalidad, debe ser en tal sentido, de que la “simploké” democrática, permita el ingreso también de la lógica conceptual y destrone a la tiranía de lo numérico de las mayorías que prevalece desde el aristotelismo.

A nivel práctico existirán por supuesto un sinfín de discusiones acerca de la metodología para definir la vecindad, proximidad o amistad con lo filosófico.

Desde nuestra perspectiva que proponemos la “simploké” democrática es todo aquel vínculo donde prevalezca lo conceptual y que discierna a los que buscan especificidades de la actuación, ante que sus apariencias o resultantes.

Los filósofos deben participar cortando las amarras que no son tales y entrelazando las más fiables y duraderas para que la ciudadanía sea tal y no devenga en horda y pueda ser atendida en las reales posibilidades de cierta toma de decisiones que no sean la mentirosa o no real propuesta de gobierno de las mayorías, ni la perversa deformación de la participación ciudadana.

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